Niños inapetentes

El niño que no come, sobretodo cuando ya ha cumplido los 3 ó 4 años, es un motivo de angustia para la familia que suele asociar crecimiento con cantidad de alimento ingerido.
He sufrido en carne propia este lacerante problema y al final he desarrollado mi propio manual que tal vez os pueda servir de guía. Tomadlo con precaución ya que no soy pediatra ni nutricionista, e id probando sugerencias hasta que alguna (ojalá) funcione.
Generalmente el niño que tiene dificultades para comer, descartadas posibles complicaciones médicas, es un niño muy activo que "quema" pocas calorías. No se le ve desnutrido, tampoco es evidentemente obeso, y goza de una salud normal. Es bastante inquieto, curioso y pocas
veces muestra un gran apetito a excepción de cuando se presenta la oportunidad de ingerir alimentos de muy bajo valor nutricional como patatas fritas, caramelos, es decir, los clásicos chuches. En primer lugar vamos a fijar el valor de una ración. Un niño come mucho menos que un adulto así que plantearemos una ración base para un adulto convencional y la dividiremos por la mitad. Esa será nuestra ración "objetivo", lo cual no quiere decir que a veces se quede muy por debajo de la misma.
En segundo lugar debemos fijar unas pautas sobre su comportamiento y sobre el vuestro propio. Es importante crear una rutina alimentaria. Comer siempre a las mismas horas con un espacio compuesto por una mesa, porción de la misma o trona, un vaso de agua, servilleta y/o babero. Siempre igual. El niño es más amante de la rutina de lo que nos pueda parecer. El niño debe permanecer sentado por muy difícil que parezca. Si se levanta no debemos perseguirle por la habitación. Debe comprender que fuera de la mesa, de su sitio, no hay comida. Debemos armarnos de paciencia y ser metódicos y firmes sin gritar ni amenazar. Adoptar esta actitud es complicado porque dar de comer a alguien que no parece tener jamás hambre es exasperante. Para evitarnos un ataque de ansiedad fijamos metas modestas. Por ejemplo nuestra ración de adulto es de cuatro croquetas y marcamos un valor objetivo de dos unidades para el niño. En realidad nos quedaremos conformes con una sola croqueta, pero no debemos dejar de trabajar para que se coma la que consideramos su ración objetivo. Al principio es importante trabajar el entorno por encima de otra consideración. Si no conseguimos atraer lo suficiente su atención para que vaya comiendo sin darse cuenta podemos utilizar un cuento ilustrado, algún juguete pequeño que pueda tener sobre la mesa y en último lugar el televisor. Se puede tardar meses en conseguir que automáticamente el propio niño ordene su espacio para la comida y exija que por ejemplo haya una servilleta de papel aunque no sea imprescindible en ese momento. Mi hija arrastra a la hora de la comida su silla hasta la mesa y ahora soy yo quien debe correr para que tenga la comida lista sobre el plato a la hora en punto.
El niño inapetente come con evidente desgana y eso se traduce en masticaciones interminables. Si la situación es extrema se pueden meter en la dieta un par de purés por semana muy cargados de verduras, carne o pescado. No le resultará difícil de comer y nos quedaremos más tranquilos con la seguridad que ha comido "lo correcto". Aunque va en contra de una dieta equilibrada es probable que tengamos menos tiempo por el mediodía que por la noche para hacer una comida en condiciones. Pongamos toda la carne en el asador para la cena donde, con más tiempo, podemos ya todos comer en familia y dejemos el almuerzo para soluciones alimentarias menos farragosas. Si la demora es tal que la comida se ha enfriado no dudemos en meterla en el microondas para ponerla en condiciones de nuevo. Poco a poco iremos acortando el tiempo dedicado a la ingesta hasta dejarla en una hora aproximadamente. Nos puede parecer mucho tiempo aún pero ese es en realidad el tiempo que todos deberíamos dedicar a cada comida, así que lo que hacemos intentado bajar de la hora es traspasar al niño el stress del adulto. En el momento de conseguir "la hora" deberemos medir el tiempo para repartirlo equitativamente entre primero, segundo y postre y si sobrepasamos el límite previsto por plato y se ve al niño con mucha desgana lo retiraremos y pasaremos al siguiente sin problemas. No forceis a que coma el segundo plato porque es más caro ; de hecho seguro que le será más beneficiosa la verdura del primero.
Es importante que dividamos las comidas en primeros y segundos platos con su aporte vitamínico o proteínico realzado según corresponda. No obstante es preferible que el primer plato aporte algo del segundo y viceversa para que si nos encontramos con la tesitura de un rechace al menos hayamos colocado lo bueno de ambos. Así como ejemplo podríamos hacer una tortilla de verduras de primero y pechuga de pollo acompañada de brécol de segundo.
Muchos habreis cabeceado al leer esto y pensado que aún así el niño no come nada. Es cierto. Pero también debeis saber que ese niño tiene hambre porque si le ofreceis un chuche que le guste inmediatamente después que ha rechazado un plato de sopa y se lanza como un poseso es que tiene hambre. A veces ocurre que el niño es tan inquieto que no puede soportar el aburrimiento de la cuchara hiendo y viniendo del plato a su boca. Tal vez le sería más divertido beber la sopa con una cañita o en un vaso como si fuera un refresco. Es posible que se muestre más receptivo a 10 platitos pequeños, como si habláramos de tapas, que a un plato único de potaje. Lo que nunca debeis hacer es permitir que se sacie con chuches por mucha lástima que os de al verle levantar de la mesa de la misma manera que entró. Es preferible que coma en la merienda o en la cena a que se llene de patatas fritas que tienen un aporte nutricional miserable y sólo sirven para llenar el estómago...de nada.
Como a veces este pica-pica entre comidas que en realidad no se han hecho es demandado por el niño con angustiosas crisis y pataletas es preferible darle alimentos que al menos le aporten algo. Un quesito cremoso, unos palitos de pan integrales, una mandarina, lo que sea antes que un caramelo o una bolsa de patatas fritas. Un zumo de frutas en lugar de agua si el niño no quiere comer fruta.
Luego es muy importante que el niño coma variado, le guste o no. Desde mi punto de vista es extremadamente importante "educar" el paladar del niño para que coma de todo. Ha de comer carne (pollo, pavo, cerdo, ternera, cordero, conejo etc), verduras (espinacas, brécol, tomates, guisantes, col, puerro, patata, cebolla, ajo, perejil, acelgas, calabacín, berejena etc), pasta (tallarines, espaguetti ...), sopa de verduras y mixta, ensaladas, quesos, purés, gratinados, arroz, pescado (azul y blanco) así como legumbres (lentejas, garbanzos, alubias etc) y fruta, en piezas o triturada. Por lo menos. Cada semana ha de comer de todo esto, le guste o no. Nosotros vamos poniendo en el plato la comida, no sólo la que le gusta, y a veces comerá más, otras menos, pero comiendo de todo. Un truco que funciona muy bien es enseñarle lo que ingiere. ¿No hemos ido de viaje a paises exóticos y nos hemos preguntado cuál era el ingrediente que llevaba tal o cual receta? Pues al niño le pasa lo mismo, con el agravante que ellos lo están aprendiendo todo. Le enseñas una zanahoria y ya "entiende" lo que lleva el puré que come en ese momento.
Otra cosa importantísima que es más bien una máxima : si vosotros no os podeis comer lo que preparais para el niño, ¿cómo esperais que ellos se lo coman? Ellos también tienen paladar. Y gusto. Y olfato. No pretendais hacer una ternera a la jardinera hirviendo todos los ingredientes en agua y pasándolos por la trituradora. Eso no sirve, hay que cocinar. Será menos salado, empleareis maizena en lugar de harina de trigo, pero su comida es idéntica a la vuestra en casi todo.
Luego hay trucos. El primer sabor que aprenden los niños es el dulce. Luego hay que educarlos en el salado. Mucho más tarde aprenderán el amargo y el picante. Si la verdura no entra la podemos "dulcificar" basándonos en platos que contengan zanahoria (donde predomina el dulce) o agregando salsa como la bechamel que aporta lactosa a un plato de brécol. El cereal que agregábamos al biberón lo convertimos en corn flakes para desayunar cuando el niño ya no toma leche de continuidad y poco a poco vamos añadiendo matices a su dieta. Matices que un día, tal vez lejano, nos agradecerá.